Consolar a los muertos

Hace no mucho leí que cuando una mujer es gestada en el vientre de su madre, a partir de la novena semana de embarazo, ya porta todos los óvulos que va a tener durante su vida en forma de ovocitos inmaduros. Eso significa que una pequeña parte de nosotras ha vivido en el vientre de nuestras abuelas, mucho antes de que nuestras madres conociesen siquiera a nuestros padres. Y resulta que la epigenética, cómo se encienden o se apagan algunos genes de una generación a otra, afecta en lo relativo a enfermedades podría, según los científicos, explicar también el origen de algunos rasgos de la personalidad.

Y es en esto en lo que pienso cuando leo “La canción de los vivos y los muertos” de Jesmyn Ward. Del mismo modo que la mala o pobre alimentación de la madre afecta al feto, ¿podría un trauma transmitirse de generación en generación? Porque de eso habla en cierto modo Jesmyn Ward en esta novela, del dolor transgeneracional provocado por la esclavitud y el racismo sistémico en la comunidad negra de Estados Unidos. Y lo cuenta a través de una familia, y con varias voces. La de Jojo, un niño de trece años convertido en cuidador de su hermana pequeña, Kayla, porque su madre, Leonie, es una mujer sobrepasada por maternidad, enganchada a las drogas, que sobrevive con trabajos precarios. La de Jojo es la voz de un niño que se debate entre la fragilidad de la infancia y la rudeza de una madurez impuesta. La de un niño grande que anhela el amor de su madre, sabiendo que ella será incapaz de dárselo. Un niño que crece sostenido por sus abuelos maternos, negros, en uno de los estados más racistas del país, Misisipi. La de su madre, Leonie, es la segunda voz. Una mujer joven desbordada por las obligaciones de la maternidad, que llega a ella después de enamorarse de un compañero blanco, familiar del hombre que mató a su hermano Given cuando era sólo un adolescente. Una mujer atravesada por el dolor de la pérdida. La tercera voz es la de Richie, el fantasma de un joven que murió de forma violenta décadas antes del arranque de esta novela. Un joven, casi un niño, obligado a ser padre de sus doce hermanos pequeños, encarcelado por tener que robar comida para alimentarlos, y atrapado en ese limbo en el que se quedan las almas de quienes han muerto en circunstancias violentas. Hay otros personajes en la novela, Pa, por ejemplo, el abuelo amantísimo que cuida de sus nietos, consciente de que su hija será incapaz de hacerlo, o Ma, la abuela, enferma de cáncer, que ha sido sostén emocional de la familia, una mujer fuerte, sabia y transmisora del conocimiento ancestral del uso de las plantas. A través de todos ellos y del viaje que inician Leonie, Jojo y Kayla para recoger a Michael (padre de los niños) de la cárcel, una vez cumplida su condena, Jesmyn Ward explora las raíces americanas, cómo la desigualdad racial continúa afectando a las generaciones presentes, cómo hay lugares que siguen siendo lugares de opresión. Profundiza también es las dinámicas familias, dolorosas en muchas ocasiones, que acaban desarrollándose o son afectadas por este racismo estructural. Habla de muertes violentas y, a través de una suerte de realismo mágico, en el que los muertos interactúan con los vivos, de espiritualidad y redención. De justicia y paz.

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