La mujer que acarició al tigre

A veces, cuando conduzco entre Mérida y Madrid, mi cerebro se va deteniendo an algunos paisajes, en los vuelos de algunas aves. El coche sigue su rumbo, como en piloto automático, pero mi cabeza está en otro lugar. Unas veces se entretiene preguntándose cómo será la sensación de sostenerse sobre el aire, dejándose llevar por las corrientes. Otras cómo podría mezclar colores para dar forma en el papel a lo que tan claramente veo qué hacer cuando planeo. En ocasiones me pregunto cómo podría describir por aquí todas esas sensaciones, cómo compartirlas. Y resulta que ya lo ha hecho la O’Farrell en “El retrato de casada” mucho mejor que nadie.


Lo de pintar: “Mientras está sentada se entretiene pensando en cómo pintaría las azucenas, cómo captaría las salpicaduras sonrosadas del interior, la blancura de cisne de los pétalos exteriores, los estambres cargados de néctar, la fuerza y la fragilidad que tienen a un tiempo.”
Lo de estar en otro lugar sin moverte del sitio: “Ese aire le trae una sensación como si la trama y la urdimbre de una tela se separaran, y una parte de ella, la mejor tal vez, responde a la llamada del viento. Se suelta sola. Se levanta de la cama, deja los cuerpos allí, que hagan lo que quieran, y se va. Qué alivio poner distancia entre sí misma y esa cama. La parte de su ser que se va parece amorfa, como un borrón. Anda a pasos silenciosos por la tablazón del suelo y al mismo tiempo flota cerca del techo.”
También tiene Maggie O’Farrell la capacidad de volver a conectarte con la lectura cuando llevas semanas siendo incapaz de concentrarte. Y cambiar la vida de una niña libre empujada a ser mujer: Lucrecia de Médici, duquesa de Ferrara.
“No es fácil de definir. Hay algo en ella, algo desafiante. A veces la miro y lo percibo… como si un animal viviera detrás de sus ojos. Yo esto lo ignoraba antes de los esponsales, no tenía la menor idea. Me aseguraron que era una mujer equilibrada que gozaba de buena salud. Parecía tan dócil, tan encantadora, tan joven e inocente. Pero ahora que lo veo no sé cómo no me di cuenta. Temo que siempre habrá algo en ella que no se doblegará ni se dejará gobernar.”