Construir desde el amor

Cuando leí hace un par de años “Cómo perder un país” de Ece Temelkuran me quedé con la sensación agridulce de estar viviendo un momento trágico, de cambio radical, un ahora o nunca, un final y el comienzo de algo que será doloroso, pero podría ser luminoso.

Esta periodista turca me llenó la cabeza de preguntas que no daban respuesta a esa sensación de desolación. Pero dejaba una pista (“debemos redefinir nuestro concepto de alegría para entender que la acción colectiva contribuye no sólo a hacer un mundo mejor, sino también un individuo plenamente realizado”.) que ha desarrollado en “Juntos” un libro de propuestas para abordar la crisis moral y política que atravesamos, un libro para cambiar el sistema que conocemos, que está poniendo a prueba nuestra capacidad de soportar increíbles desafíos políticos y morales, y que podría estar dando sus últimos estertores, para dotar de corazón al mundo.

Y esas propuestas pasan por la colectividad, con por conceptos tan potentes como la dignidad, la alegría, la confianza, la belleza, la humanidad, la resistencia, la fe (no la que conocemos a través de la religión)… Creer, dice Temelkuran, nos da la capacidad de hacer promesas y la determinación de cumplirlas; de crear belleza. Y hablando de lo bello, qué delicia su alegato por la dignidad: Descubrimos la palabra dignidad a través del dolor y la ira. Solo empezamos a ocupar un espacio del tamaño que corresponde a un ser humano cuando dejamos de encogernos ante la indignidad. Recuerda Temelkuran que cuando se llenaron las plazas, aquellas revoluciones alegres, quienes salieron a las calles expresaban el hecho de que “el valor de la humanidad no puede ni debe traducirse en un precio de mercado, exigían ser reconocidos como seres humanos y ser tratados en consecuencia, con dignidad. (…) El orgullo divide a las masas entre nosotros y ellos, mientras que la dignidad alude a un nosotros que no excluye a nadie. (…) No es una tarea agradable explicar a personas que persiguen febrilmente un sentimiento de orgullo que en realidad están dolidas por dentro, y que ese dolor se llama dignidad. Por fortuna, la dignidad no solo se aprende con el dolor, sino también con la alegría de defenderla. (…) La dignidad no puede repararse cuando hay desigualdad, y no es posible el amor cuando la crueldad es la norma por la que se rige el sistema”. Apuesta Temelkuran por el amor y la amistad, incluso con extraños, y nos recuerda que “toda la locura de nuestro tiempo es consecuencia del colapso de un sistema, no del colapso de la humanidad”.

De orgasmos y desconocidos

Dijo Peri Rossi en su discurso de agradecimiento por el Cervantes que no concebía “una literatura solemne. La vida puede ser una tragedia, un drama, pero se puede ironizar y satirizar sus hábitos y costumbres”. Y vuelve a hacerlo en “Los amores equivocados”, un libro cargado de sexualidad y erotismo, donde los encuentros casuales se convierten en los protagonistas de unos relatos soberbios. Porque además de estar llenos de humor, cada una de estas narraciones está escrita con la agilidad, la imaginación y la brillantez de esta mujer a quien su tío le dijo, cuando era apenas una niña, que las mujeres no escribían, y que, aquellas que lo hacían, acababan suicidándose…

En todos los relatos de “Los amores equivocados” hay encuentros más o menos imprevistos en los que los protagonistas seducen o son seducidos; donde el sexo casual responde a los llamados imperiosos del deseo, incluso cuando ese deseo sea insólito o inapropiado. Un libro de esos llenos de orgasmos (“Esos estremecimientos eran como de la tierra, la tierra mugía, la tierra se sacudía, la tierra primigenia lanzaba al aire sus gemidos, sus estertores, sus minerales y sus raíces) y frases que no puedes evitar subrayar.

“El deseo habla de quien lo siente, no del objeto, como el amor habla de quien ama, no del amado”

“Y él, 43 años, amando un cuerpo mucho más joven que el suyo, más perfecto, más hermoso, como solo se puede amar lo que se ha perdido”

“Me gusta follar porque es el único momento en que pienso solo en lo que hago, nada más que en lo que hago”

“Aquello que se dice en una noche de amor, es tan apasionado como frágil, escrito en la marea del deseo”

“Hay una clase de inteligencia, la inteligencia sensual, erótica, que a ella le parecía un refinamiento, un arte, algo tan sagrado como la música de Schubert o los naufragios de Turner”.

“Formaba parte de esa cantidad de presuntos sobreentendidos que existen en la relaciones hasta el cruel momento en el que los sobreentendidos se esfuman y se convierten en malentendidos”

“Su psicoanalista le había preguntado de qué se enamoraba, y ella había dicho de los cuerpos, de qué me voy a enamorar. La psico respondió: <<mala cosa para enamorarse>>, pero no le sugirió ninguna otra. Por lo menos, los cuerpos eran tangibles, visibles, vestibles, olían, se descomponían, aullaban, atraían, embelesaban…”

A la memoria

Sería incapaz de enumerar cuántos y qué países están en guerra declarada en estos momentos, en cuántos se vive en conflicto de forma soterrada, pero sé a ciencia cierta que, en unos y otros, el cuerpo de las mujeres se convierte en campo de batalla, territorio a conquistar y devastar. “Nadie quiere hacer el amor en la barbarie, ni es sexo consentido lo que busca. El deseo de estas bestias se amplifica en el rechazo.”

Una guerra, un pueblo enfrentado; ayer vecinos, hoy enemigos. Da igual país, religión o cultura, siempre son las mujeres las que más tienen que perder. “¿Quién empieza las guerras, quién compromete a países enteros? ¿Quien las busca, quien se lanza? Al final sois las mujeres las receptoras de toda esa rabia.

Os consideran propiedad de vuestros maridos y utilizan vuestros cuerpos para herirlos. No sois más que un medio: más económico que munición, menos expuesto que la trinchera, más duradero, más humillante. Placentero -por incomprensible que pueda resultarte- fácil de usar e infalible para aliviar la tensión de la tropa. Los hombres y niños en su mayoría, se librarán del suplicio en nombre de una hombría que ningún soldado se atreve a comprometer, la misma que explica el deseo en plena barbarie.” Y ahí arranca “Matrioskas”, novela dificilísima de leer en algunos momentos, de tan cruda. No sólo en el miedo, la amenaza, la violencia o la violación. También en los partos, o los embarazos. “A ti te había tocado una habitante de aguas turbias que crecería, enroscada, hasta llenarlo todo, que iría engordando hasta ensancharte, romperte por dentro. El deseo anhelado se hizo náusea, tu cuerpo acogiendo, sin permiso a esa grima viscosa, a la humillación convertida en ovillo que te reconcomía. Lo que os habían hecho no bastaba: el verdadero escarmiento os hinchaba la tripa.” Pero no todo es desgarro en “Matrioskas”, tras el dolor hay paz y hay luz, las que llegan cuando eres capaz de sentarte frente a la memoria y perdonarte, perdonar. Hay amor, hay errores y por fin la redención. Y tres mujeres (Hana, Bet y Sara) que transitan por esas heridas reconociéndose.