Los que sobreviven

Cada día, al levantarme y asomar al salón de mi casa en Madrid, experimento una sensación de bienestar y plenitud brutal. No puedo creer la suerte de tener un nido lleno de luz a cualquier hora del día. Pero especialmente al despertar. Y, a veces, me pregunto si quienes vivieron antes que yo allí se sintieron igual cada mañana, con esa sensación en el pecho, de amplitud, de apertura. ¿Quiénes fueron los primeros en habitar mi casa? Antes de llegar yo era distinta, parecía más pequeña teniendo los mismos metros cuadrados. La cocina estaba cerrada y le quitaba metros a un salón que estaba comido por un pequeño hall y un balconcito. Yo tiré tabiques, moví radiadores, me cargué un dormitorio, agrandé el baño. ¿Reconocerían ahora el lugar en el que nacieron o en el que se convirtieron en padres? ¿Jugaron sus hijos en los sótanos del edificio, tenían miedo o se estremecían como yo cuando recorrían esos pasillos estrechos, fríos y oscuros? ¿Alguno dejó su nombre grabado en algún muro? ¿Se enamoraron, sufrieron, fueron felices los habitantes de este bloque? Todas esas preguntas pueden responderse con un exhaustivo trabajo de investigación, como el que Ruth Zylberman hizo del 209 de la calle Saint Maur de París.

En “209 Rue Saint-Maur, París”, otra joya de Errata Naturae, descubrimos la historia de un edificio cualquiera de la ciudad desde que era un trozo de tierra a las afueras comprado a crédito por un carnicero hasta la actualidad, el París de la gentrificación, donde Mohammed, el portero, barre el patio interior mientras ve crecer a los niños de los inquilinos de los cuatro bloques que lo conforman. Con la historia del edificio descubrimos la del París de la Comuna y la de las petroleras, de las mujeres y los hombres que levantaban barricadas en las calles para luchar por la igualdad, la justicia social y la participación popular, por la educación pública, por la separación de Iglesia y Estado. Descubrimos cómo acaban por ser brutalmente reprimidos, el fracaso, y cómo sigue el curso de la vida para unos inquilinos, los del 209, que se enamoran, tienen hijos, son encarcelados por sus ideas, los que se suicidan, los que mueren asesinados, los que descubren a sus parejas con sus amantes, los que pierden el trabajo, los que pasan hambre, los traidores, los asesinos, los maltratadores. Y entre esas historias personales, las del medio centenar de judíos que fueron sacados de sus hogares en mitad de la noche, llevamos al Velódromo d’Hiver. Hacinados, sin comida, muertos de miedo, niños, ancianos, mayores, que meses antes, cuando el gobierno de Pétain decide aliarse con los nazis, habían sido obligados a llevar estrellas amarillas cosidas en su ropa. Más de cincuenta de los inquilinos del 209 de Rue Saint Maur acaban siendo detenidos y deportados, en trenes infectos, a los campos de concentración de los que algunos nunca regresaron. Todas esas historias personales confluyen en este libro, hijo de un documental, para acabar en un emocionante encuentro entre los que sobrevivieron (“las vidas de los que quedaron y de sus seres queridos a menudo se sostienen en contra de toda esperanza, son vidas que carecen de ese impulso primordial, el de la esperanza; ese aliento del que nos alimentamos sin siquiera reparar en ello, con absoluta inocencia”)y las generaciones que los siguieron. Aquellos que, de la noche a la mañana, descubrieron que la caza del hombre no conoce límites.

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