Cuando Sara mira a Ekomo

Abrí Tinder (otra vez). Y fue en noviembre cuando tuve una cita con un hombre guapísimo, en Madrid. La cita fue bien, muy bien de hecho, pero decidimos que lo nuestro, fuese lo nuestro lo que fuese, no iba a empezar. Él dijo: “me gustas muchísimo, si estuviésemos juntos me volvería loco por ti”. Yo no le dije que los hombres que se vuelven locos por una son los que al final te vuelven loca. Pero, a poco que acudas al otro con ojos, mente y sonrisa abiertas, acabas por ganar algo. Ese mismo hombre que enloquecería de amor por mí en un momento de la noche me preguntó si conocía a María Nsue Angüe y había leído “Ekomo”. Y añadió: es mi madre.

Cuando se marchó de casa, busqué la novela y descubrí que se lanzó en los ochenta y que Casa de África la publicó, tras su revisión, en 2007. Ya no se puede comprar, a no ser, claro, que la encuentres en una librería de segunda mano, yo acudí a la biblioteca pública. Y cuando empecé a leerla me llamó la atención el estilo sencillo de las primeras páginas (sujeto, verbo, predicado) con las que, con pocas palabras, Nsue Angüe consigue meterte en la aldea de la protagonista. Una mujer que va del presente al pasado, contándote cómo fue su niñez y cómo conoció a su esposo, Ekomo, con el que luego abandona su pueblo en busca de un curandero capaz de sanar la pierna de él. En el camino de la narración Nsue nos habla de un mundo mágico en profunda conexión con la naturaleza, donde se mezclan las supersticiones con los conocimientos ancestrales. Un mundo pequeño que va ampliando su círculo hasta llevarnos a un universo único en el que se relatan el nacimiento de los dioses, los mitos de la creación de la tierra, de los ríos, y los rituales de nacimiento, muerte o matrimonio que pueblan una geografía que me era ajena.

“Ekomo” es un viaje hermoso que pone en valor la comunión entre hombre y entorno, la asunción de que los pueblos no son nada si deciden imponerse sobre lo que les rodea. Es la escucha, la observación y la traducción de los ruidos del bosque, el vuelo de los pájaros, el movimiento de las ramas de los árboles. Es hermanarse con la tierra y tener la generosidad de devolverle lo que entrega. Es el vudú, el tótem, el brujo, el curandero. Son los hechizos, las hierbas, las apariciones, las almas y los fantasmas.

Pero “Ekomo” también es la reivindicación de la mujer y la denuncia de lo que a ellas les pasa, es el cuestionamiento del sistema y la fuerza de la mujer sola. De Sara, porque ella, lo descubrimos justo al final, se llama Sara.

Lo contrario al hombre blandengue

Después de terminar “El estado de la mar” leo en la contraportada (ya sabéis, amigas, que evito hacerlo) que es un relato autobiográfico y que es, en cierto modo, retrato también la masculinidad y al leerlo pienso en El Fary y su famosa parrafada sobre el hombre blandengue. Justo el que no vais a encontrar en estas páginas. Los protagonistas son, espero, los últimos especímenes de la masculinidad rancia. Esa que desaparece por meses con la excusa del trabajo y que no sabe convivir, amar. Esa que se despreocupa porque bastante hace ser quien trae el dinero a casa. La que llena a golpes los huecos que dejan sus silencios, la masculinidad incapaz de comunicarse si no es con violencia. Son los hombres que trabajan en condiciones durísimas en las plataformas del Mar del Norte los coprotagonistas de esta historia que también es de rutina (“Las parejas infelices siempre saben cómo van a desarrollarse ciertas conversaciones”), de desamor (“Me había pasado meses despierta a su lado, en la cama, con los nervios de punta y el cerebro enzarzado en desesperadas maniobras de huida. En este momento estaba tranquila. Comprender que no quedan más posibilidades da cierta paz. Decidí dejar a Adam.[…] Ya no tendría que pasar por esto. No tendría que oír sus mentiras. No tendría que verlo abrir los ojos como una chica hentai, mientras juraba y perjuraba que no había dicho lo que acababa de decir, que no había hecho lo que acababa de hacer, que todo eran imaginaciones de mi cerebro femenino y febril”) y que arranca con una ruptura: ”Hacen falta dos revelaciones para dejar a una persona a la que has querido. Una es el momento en que comprendes que ya no la quieres. Y la otra es el momento en que comprendes que no puedes seguir fingiendo. El tiempo que media entre una y otra es variable y depende de la propia capacidad para el engaño y la tolerancia a la falsedad”

Por supuesto también de amor: “¿qué es el amor sino un cese temporal de la capacidad crítica?” Y de rituales de cortejo y apareamiento: ”A las chicas nos enseñan a responder a las señales sociales más sutiles, a batirnos en retirada al menor indicio de ceño fruncido o brazos cruzados; a los chicos les enseñan a desarrollar una leve ceguera a las mismas señales. Aprenden a tragarse la vergüenza y a seguir hablando, como un vendedor en la puerta, cuando detectan un no suave”. De la magia de las primeras veces: “Lo que quería era estar con él a solas. Quería toda su atención puesta en mí. Sus manos en mí. Su boca en mí. Noté el olor de su piel. Se me había olvidado como era esto. Una necesidad absoluta. Empaparse de la presencia de otra persona hasta que todo cede, y sumergirse en ella. Me quedé un momento quieta, inundada. Luego me acerqué a él, le bajé la cabeza y volví a besarlo”. De echar de menos: “Pero cuando se fue me sentí como otras veces. Como si me hubieran metido la mano por la garganta y me hubieran sacado un órgano vital. Le mandé un mensaje antes de que embarcara: Me duele el corazón.

Y era verdad: era un dolor profundo, para el que no tenía remedio. A mí también, contestó. Quiere estar contigo. Le dije que no dijera eso, aunque fuese verdad.”

Y por supuesto, de machismo: “He notado que los hombres que «no soportan el dramatismo» suelen ser expertos en provocar situaciones dramáticas.”

Y lo hace además explicando cómo funciona el mundo de la industria petrolera, las ganancias multimillonarias y los daños medioambientales y las muerte que directa o indirectamente provoca sin que les afecte a la cuenta de resultados.

Bonus track: te va a recordar a tu ex. “Las mujeres siempre creen que hay alguna relación entre lo mucho que puede rebajarse un hombre y lo arrepentido que está. En realidad solo significa que se le da bien disculparse. Probablemente porque tiene mucha práctica.”