Los que sobreviven

Cada día, al levantarme y asomar al salón de mi casa en Madrid, experimento una sensación de bienestar y plenitud brutal. No puedo creer la suerte de tener un nido lleno de luz a cualquier hora del día. Pero especialmente al despertar. Y, a veces, me pregunto si quienes vivieron antes que yo allí se sintieron igual cada mañana, con esa sensación en el pecho, de amplitud, de apertura. ¿Quiénes fueron los primeros en habitar mi casa? Antes de llegar yo era distinta, parecía más pequeña teniendo los mismos metros cuadrados. La cocina estaba cerrada y le quitaba metros a un salón que estaba comido por un pequeño hall y un balconcito. Yo tiré tabiques, moví radiadores, me cargué un dormitorio, agrandé el baño. ¿Reconocerían ahora el lugar en el que nacieron o en el que se convirtieron en padres? ¿Jugaron sus hijos en los sótanos del edificio, tenían miedo o se estremecían como yo cuando recorrían esos pasillos estrechos, fríos y oscuros? ¿Alguno dejó su nombre grabado en algún muro? ¿Se enamoraron, sufrieron, fueron felices los habitantes de este bloque? Todas esas preguntas pueden responderse con un exhaustivo trabajo de investigación, como el que Ruth Zylberman hizo del 209 de la calle Saint Maur de París.

En “209 Rue Saint-Maur, París”, otra joya de Errata Naturae, descubrimos la historia de un edificio cualquiera de la ciudad desde que era un trozo de tierra a las afueras comprado a crédito por un carnicero hasta la actualidad, el París de la gentrificación, donde Mohammed, el portero, barre el patio interior mientras ve crecer a los niños de los inquilinos de los cuatro bloques que lo conforman. Con la historia del edificio descubrimos la del París de la Comuna y la de las petroleras, de las mujeres y los hombres que levantaban barricadas en las calles para luchar por la igualdad, la justicia social y la participación popular, por la educación pública, por la separación de Iglesia y Estado. Descubrimos cómo acaban por ser brutalmente reprimidos, el fracaso, y cómo sigue el curso de la vida para unos inquilinos, los del 209, que se enamoran, tienen hijos, son encarcelados por sus ideas, los que se suicidan, los que mueren asesinados, los que descubren a sus parejas con sus amantes, los que pierden el trabajo, los que pasan hambre, los traidores, los asesinos, los maltratadores. Y entre esas historias personales, las del medio centenar de judíos que fueron sacados de sus hogares en mitad de la noche, llevamos al Velódromo d’Hiver. Hacinados, sin comida, muertos de miedo, niños, ancianos, mayores, que meses antes, cuando el gobierno de Pétain decide aliarse con los nazis, habían sido obligados a llevar estrellas amarillas cosidas en su ropa. Más de cincuenta de los inquilinos del 209 de Rue Saint Maur acaban siendo detenidos y deportados, en trenes infectos, a los campos de concentración de los que algunos nunca regresaron. Todas esas historias personales confluyen en este libro, hijo de un documental, para acabar en un emocionante encuentro entre los que sobrevivieron (“las vidas de los que quedaron y de sus seres queridos a menudo se sostienen en contra de toda esperanza, son vidas que carecen de ese impulso primordial, el de la esperanza; ese aliento del que nos alimentamos sin siquiera reparar en ello, con absoluta inocencia”)y las generaciones que los siguieron. Aquellos que, de la noche a la mañana, descubrieron que la caza del hombre no conoce límites.

Sobre el feminismo blanco

Unos días antes del 8M me escribió un colega que trabaja en un medio de comunicación preguntándome qué temas del feminismo podrían estar escapándosele del radar. Le mandé una publicación de @afrolectiva (si no las seguís, ya es hora) que decía: “Tu feminismo blanco no nos representa”. Porque obviamente no lo hace. Nuestro feminismo blanco, desgraciadamente, no representa a las mujeres racionalizadas, las migrantes, las negras, las trans, es normal por tanto que no quieran participar de unas luchas que perpetúan relaciones de desequilibrio, alineadas con el supremacismo blanco.

Si eres de las que además de llamarte feminista, tienes tiempo para leer a pensadoras y activistas feministas (“En lugar de crear un marco destinado a que las mujeres consigan tener cubiertas su necesidades básicas, estos textos a menudo se centran en fomentar el privilegio, no la supervivencia”) ya habrás leído “Mujeres, raza y clase” de Angela David y “¿Acaso no soy yo una mujer?” de bell hooks. Y si lo has hecho entenderás que hay otras realidades probablemente más apremiantes que las que marcan la agenda feminista tradicional (blanca): “Los textos de este feminismo dominante tienen un problema fundamental: su forma de determinar qué cuestiones y problemas debe abordar el feminismo. Rara vez se habla de las necesidades básicas como una cuestión feminista. Problemas como la inseguridad alimentaria, el acceso en educación de calidad, la atención médica, unos vecindarios seguros y unos sueldos dignos también son cuestiones feministas”.

Si no has leído a Davis y hooks, te invito a que lo hagas, y también a Mikki Kendall que en “Feminismo de Barrio. Lo que olvida el feminismo blanco” hace un repaso bastante pormenorizado de algunas de las cuestiones que nuestro privilegio está dejando de lado (porque se centra en aquellas que ya tenemos todas nuestras necesidades básicas resueltas, en las preocupaciones de las que acaparamos más parcelas de privilegio) y busca la conexión: “Deseo con firmeza desplazar la conversación sobre la solidaridad y el movimiento feminista en una dirección que reconozca que una aproximación interseccional al feminismo, es clave para mejorar la relaciones entre comunidades de mujeres, de manera que pueda darse un cierto grado de solidaridad auténtica. Ignorar no es igualitario, y menos en un movimiento, cuyo argumento principal es que representa a la mitad de la población mundial.”

Pero para llegar a ese entendimiento antes hay que asumir que hay otras mujeres, que no son blancas: “No somos los personajes secundarios del feminismo, y no podemos permitirnos esperar a que la igualdad nos llegue poco a poco. No podemos creer que si ayudamos a las mujeres blancas a conseguir la paridad con los hombres blancos, los ideales blancos feministas dominantes tendrán en cuenta nuestras necesidades algún día. Más de un siglo de experiencia y el día a día nos han enseñado a las mujeres marginalizadas que ayudar a que las mujeres blancas sean directivas, no es lo mismo que hacerles la vida más fácil a todas las mujeres.”

Habla Kendall de cosas tan básicas como abordar la situación socioeconómica cuando se tratan debates laborales, asumiendo que para muchas mujeres trabajar para sobrevivir es un hecho. O algo tan elemental como la cuestión de la respetabilidad: “Las narrativas de respetabilidad no nos ayudan a afrontar las necesidades de las trabajadoras sexuales, de las mujeres en encarceladas, o de cualquiera o que haya tenido que enfrentarse a decisiones difíciles en la vida. Ninguna mujer tiene que ser respetable para ser válida.” Aborda cómo afecta la violencia armada a la vida de muchos barrios, el miedo a salir a la calle y morir en un tiroteo porque pasabas por allí. Habla del hambre, de vivir en los llamados “desiertos alimentarios” y de cómo eso acrecienta el miedo de perder a tus hijos: “Es difícil quitarle un hijo a una mujer rica; es facilísimo arrebatárselo a una mujer pobre. Como sociedad, tratamos el hambre como un fracaso moral, como señal de que alguien carece de lo básico. […]Tratamos la pobreza, como si fuera un crimen, como si las mujeres que la experimentan tomarán mal, las decisiones que les afectan a ellas, a sus hijos e hijas a propósito. Ignoramos que no tienen opciones a su alcance que deciden sin red.” Y sin red y con hambre están por ejemplo muchas personas migrantes, miremos a Andalucía o Extremadura: “En la zona rurales, los trabajadores, migrantes, cultivan y cosechan los alimentos que terminan en las mesas de las personas que diseñan las políticas que les hacen pasar hambre.” Y en las mesas de aquellos que los votan.

Habla Kendall de belleza, de autoestima, de estereotipos como el de la mujer negra enfadada (“Esperamos que las voces marginalizadas se hagan oír, sin importar los obstáculos que se encuentren, y luego las penalizamos, por no decir lo correcto de la manera correcta. Les asignamos un nivel de resiliencia sin precedentes y, cuando lo alcanzan, asumimos que la persona que la posee, no tiene sentimientos. O, para ser más precisa, decidimos que ya no necesitan a nadie que se preocupe de sus sentimientos”) o la que no tiene trastornos alimentarios. Habla, por supuesto, de los medios de comunicación y de cómo, lo hemos visto en España cien mil veces, si eres una joven rubia, blanca y de clase media la prensa se va a volcar con tu desaparición o tu muerte, e ignorarán a la adolescente negra (se habrá escapado) o la trabajadora sexual o cualquiera que esté marginalizada como si no tuviesen dignidad ni nadie que las eche e menos o las ame. La raza y la clase determinan si vemos o no a las víctimas, se crea una narrativa espantosa sobre qué víctimas son dignas de serlo y cuáles no: “La verdadera solidaridad feminista que atraviesa las barreras raciales implica estar dispuestas a protegernos las unas a las otras, levantar la voz cuando las mujeres desaparecidas no son de tu comunidad y denunciar las formas en las que la misma violencia depredadora afecta a distintas comunidades.”

Me interesó especialmente el capítulo “Miedo y feminismo” en el que aborda cómo las mujeres conservadoras que han sido empoderadas por el feminismo lo utilizan para perjudicar a las demás, por ejemplo con las leyes contra el aborto o de cómo las mujeres blancas nos beneficiamos y participamos de la opresión racista (buscad en IG el hashtag Karen y veréis de qué hablo). También es interesante cómo funciona la democracia en Estados Unidos en relación al derecho al voto y cómo ese sistema perjudica especialmente a los pobres que, ¿casualidad?, son personas racializadas. Y de cómo, miren si no a España con VOX, ganan adeptos entre los pobres blancos los partidos ultraconservadores supremacistas. Cuenta Kendall cómo muchos de los votantes que apoyaron a Trump lo hicieron preocupados por su pérdida de estatus social, tenían miedo a perder sus posiciones de privilegio previas: “En lugar de considerar que el mayor número de personas marginalizadas matriculadas en la Universidad era una señal de que necesitaban mejorar su nivel de estudios, votaron, impulsados por el miedo, a perder su privilegio, y por tanto, su posición.” En un clima de angustia económica se vota desde el resentimiento racial, sin importar el género, de manera que muchas mujeres blancas que se han beneficiado de los avances de feminismo, contribuyen a socavar las mismas políticas que le habían dado poder y libertad.

Son además especialmente interesantes los capítulos que dedica a la educación (centros con financiación pública gestionados por empresas privadas donde la paz se mantiene con agentes armados y se alimenta el nexo colegio-cárcel) y a la vivienda: “la inestabilidad en la vivienda no es el resultado de la pobreza: puede ser la causa.” Y de cómo la desigualdad de género está contribuyendo a la gentrificación de los barrios populares: “El rostro de la gentrificación suele ser joven, blanco y de mujer. A causa de la brecha de género, las mujeres blancas tienen menos posibilidades de competir con los hombres blancos para adquirir propiedades en zonas deseables, pero ganan más que otros perfiles demográficos y se pueden beneficiar de las rentas más bajas y las viviendas con más metros cuadrados de los barrios habitados por comunidades de color”. Como interesantísimo es también el capítulo que dedica a la mortalidad materna, la justicia reproductiva y la eugenesia, especialmente en lo relacionado con el aborto y la discapacidad: “si el feminismo es un movimiento comprometido a eliminar la discriminación, uno de los principios del derecho decidir, no debería regirse por una lógica discriminatoria. Argumentar que la discapacidad es uno de los motivos para que el aborto sea legal es asumir que la discapacidad es una condición incompatible con una vida plena y saludable. Se puede hablar del derecho a decidir, sin negar el derecho a asistir a las personas con discapacidad.”

Mención de oro para su defensa de la rabia: ”La rabia puede ser catártica, motivadora, pero, sobre todo, es una expresión de la humanidad inherente a cada comunidad. Exigir que las personas oprimidas sean mansas y educadas y reclamar su perdón por delante de todo las deshumaniza profundamente. Si la policía te mata a un hijo, si el agua de tu comunidad está contaminada, si se mofan de tu dolor, ¿cómo te sientes? ¿Te muestras callada y tranquila? ¿Quieres perdonar para que todo el mundo esté cómodo? ¿O quieres gritar, chillar, exigir justicia por todos los males que has tenido que soportar? La rabia pone en marcha peticiones, provoca manitestaciones, moviliza a la gente en las urnas. La rabia a veces es el único motor al final de un día horrible, una semana horrible, un mes horrible, una generación horrible.” Todo el mundo debería enfadarse por las injusticias, no solo las personas que las sufren.

SCUM

Leo en redes que las mexicanas en su 8M pintaron fachadas, increparon a algunos hombres que intentaron tomar protagonismo en la marcha y que, incluso, agredieron a uno (que el tío fue detenido por agredir a varias mujeres no lo dicen, porque las malas son ellas) y que esas actitudes invalidan el esfuerzo colectivo del feminismo. Quienes dicen eso, probablemente son los mismos que dicen lo de “no todos los hombres” sin ser conscientes de la hipocresía del discurso. Ya con esa frase su trabajo por la igualdad está hecho. Medalla y a casa, machote aliado.

Las mujeres que somos la mitad de la población mundial hemos decidido luchar por la igualdad sin usar la violencia, y aun así tenemos que aguantar que nos llamen agresivas si gritamos, violentas si nos defendemos, delincuentes si pintamos fachadas…. Nos llaman feminazis y sigo preguntándome cuál es el plan de exterminio que hemos puesto en marcha. Reconozco que me pone de muy mal humor, mucho, y pienso en esa foto de una manifa en la que una mujer de setenta años sostenía una pancarta en la que se leía: no puedo creer que todavía estemos luchando por esto…

Así es que disfruté como cochino en charco de la lectura del manifiesto SCUM de Valerie Solanas («Society for Cutting Up Men» Sociedad para Destrozar a los Hombres)en el que aboga por su exterminio: “El hombre, por naturaleza, es una sanguijuela, un parásito emocional y, por lo tanto, no es apto, éticamente para vivir, pues nadie tiene el derecho de vivir a expensas de otro”. Porque a pesar de la radicalidad y la misandría confesa de Solanas, hay un profundo conocimiento del alma humana: “El amor no puede florecer en una sociedad basada en el dinero, y en el trabajo mediocre, y sin sentido; requiere una libertad económica y personal, total, tiempo para el ocio y la oportunidad de involucrarse en actividades intensamente, absorbentes y emocionalmente satisfactorias; Tales actividades, cuando se comparten con aquellos a quienes se respeta, desemboca en una profunda amistad.“

Decía Solanas allá por el 67: “El hombre es un egocéntrico total, un prisionero de sí mismo incapaz de compartir o de identificarse con los demás, incapaz de sentir amor, amistad, afecto o ternura. Es un elemento absolutamente aislado, inepto para relacionarse con los otros, sus reacciones no son cerebrales sino viscerales; su inteligencia sólo le sirve como instrumento para satisfacer sus inclinaciones y sus necesidades. No puede experimentar las pasiones de la mente o las vibraciones intelectuales, solamente le interesan sus propias sensaciones físicas. Es un muerto viviente, una masa insensible imposibilitada para dar, o recibir, placer o felicidad. En consecuencia, y en el mejor de los casos, es el colmo del aburrimiento; sólo es una burbuja inofensiva, pues únicamente aquellos capaces de absorberse en otros poseen encanto. Atrapado a medio camino en esta zona crepuscular extendida entre los seres humanos y los simios, su posición es mucho más desventajosa que la de los simios: al contrario de éstos, es capaz de sentir una variedad de sentimientos negativos -odio, celos, desprecio, asco, culpa, vergüenza, duda- y, lo que es peor: plena consciencia de lo que es y no es.”

A lo largo del manifiesto, que enfrenta la teoría de la envida del pene de Freud, Solanas defiende que es la frustración del hombre por no poder expresarse y vivir como lo hacen las mujeres, lo que origina la violencia, el desprecio y la toma de posiciones del hombre: “El macho que desprecia su yo deficiente, vencido por una ansiedad profunda e intensa, y por una onda soledad, cada vez que se encuentra consigo mismo, con su naturaleza vacía, se vincula cualquier mujer, desesperado, con la vaga esperanza de completarse asimismo, y se alimenta de la creencia mística de que, por el mero hecho de tocar oro se convertirá en oro; anhela la constante compañía de la más inferior de las mujeres, a la suya propia o a la de cualquier hombre, quien solo le recuerda su propia repulsión. Pero es preciso obligar o engañar a las mujeres, a menos que sean demasiado jóvenes o estén demasiado enfermas, para someterlas a la compañía del varón”.

En el manifiesto Solanas va desgranando diferentes aspectos de la vida, la sociedad y la política sobre los que sostiene su teoría. Como las guerras que inician para dar rienda suelta a la violencia aprehendida: “El sistema más corriente utilizado por el hombre para compensar el hecho de no ser mujer (sacar su Gran Pistola) es obviamente ineficaz: la puede sacar un número limitado de veces y cuando la saca, lo hace a escala masiva, para demostrar al mundo que es un Hombre. Debido a su impotencia para sentir compasión o para comprender o identificarse con los demás antepone su necesidad de afirmar su virilidad a un incontable número de vidas, incluida la suya. Prefiere morir iluminado por un resplandor de gloria que arrastrarse sombríamente cincuenta años más.”

También alude Solanas a aquellas mujeres que juegan a la sumisión con los hombres, las que deciden ser sus aliadas y que, en el camino, pierden su poder femenino, su estima: “Como el esteta que aprecia una mancha de pintura como un espejismo llamado Gran Arte, está convencida de que la mierda de conversación que le aburre, le permite desarrollarse. No sólo acepta que él domine la conversación con sus estupideces sino que, además, adapta su propia conversación según convenga. Entrenada desde la más tierna infancia en la simpatía, la gentileza y la dignidad, halagando la necesidad del varón de disfrazar su animalidad, la mujer reduce servilmente su conversación a la charla melosa, insípida y blanda sobre cualquier tópico que esté más allá de lo trivial o, en el caso de ser cultivada, se quedará en la discusión intelectual, es decir, en el discurso impersonal acerca de abstracciones irrelevantes: el Producto Bruto Nacional, el Mercado Común, la influencia de Rimbaud en la pintura simbolista. Se vuelve tan adepta al halago que eventualmente éste se convierte en su segunda naturaleza hasta el extremo de continuar halagando a los hombres aún cuando se encuentre en compañía de otras mujeres. Aparte de esta faceta de lameculos, la conversación de la mujer está limitada debido al temor de expresar opiniones originales o desviadas.”

Solanas no sólo aboga por la eliminación y exterminio de los hombres, también por la destrucción del sistema, la eliminación del trabajo: “Muchas mujeres, incluso en el caso de una completa igualdad económica, prefieren vivir con hombres o mover el culo por las calles, es decir, disponer de la mayor parte de su tiempo, a pasar varias horas diarias aburridos, atontadas, realizando, para otros, trabajos, no creativos embrutecedores que las convierten en máquinas o, en el mejor de los casos, si logran acceder a un buen empleo, codirigentes del montón de mierda. La destrucción total del sistema, basado en el trabajo y en el dinero, y no el logro de la igualdad económica en el seno del sistema masculino, es lo que liberará a la mujer del poder masculino”.

Semanas antes de leer el manifiesto, cayó en mis manos “El deseo de cambiar”, en el que bell hooks escribió acerca de los padres, de cómo a través de ciertos gestos, frases o incluso golpes, inoculan la vergüenza y la culpa y cómo esas actitudes pasivo agresivas acaban por hacer del niño el hombre emocionalmente deficiente que conocemos: “Papá no se enfada, pero expresa su desaprobación, actitud que, a diferencia de la cólera persiste e impide la aceptación profunda, dejando en el niño un sentimiento de inferioridad y una obsesión por la aprobación que durará toda la vida; el resultado es el temor al propio pensamiento, motivo inductor a buscar refugio en la vida convencional (…) Comportándose de manera distante y fría, puede aparecer como un ser desconocido, misterioso, y, por lo tanto, inspirar temor (respeto).

El efecto de la paternidad de los niños, particularmente, es convertirlos en hombres, es decir, defenderlos de todas sus tendencias a la pasividad, a la mariconería, o a sus deseos de ser mujeres. Todos los chicos quieren imitar a su madre, fusionarse con ella, pero papá lo prohíbe. Él es la madre, él se fusiona con ella; Así, ordena al niño, a veces directamente y otras indirectamente, a no comportarse como una niñita, y actuar como un hombre. El muchacho, que se caga los pantalones delante de su padre, que dicho de otro modo, le respeta, obedece y se convierte en un verdadero pequeño Papá, el modelo de la Hombría, el sueño americano: el cretino heterosexual de buena conducta.”

Valerie Solanas fue una mujer dañada desde la infancia por los hombres. Fue abusada por su padre, acabó viviendo en la calle donde tuvo que prostituirse para sobrevivir con sólo quince años. Todo ese dolor, el daño, el rencor y la rabia afloran en el manifiesto, pero en medio de ellos, hay también grandes dosis de lucidez y clarividencia: “La mayoría de los hombres, en su inmensa cobardía, proyectan sus debilidades intrínsecas en las mujeres; las califican de debilidades típicamente femeninas y se atribuyen la auténtica fuerza femenina. La mayoría de filósofos, no tan cobardes, reconocen ciertas carencias en el hombre; sin embargo, no llegan a admitir el hecho de que estas carencias existen solo en los hombres. Así, denominan a la condición del hombre masculina, la condición humana; formulan su problema de la nada, que les horroriza como un dilema filosófico; otorgan un nivel de jerarquía a su animalidad, pomposamente bautizan a su nada Problema de identidad, y con grandilocuencia proceden a charlar acerca de la Crisis del individuo, de la Esencia del ser, de la Existencia que precede a la esencia, de los Modos existenciales, del ser, etc. etc. La mujer en cambio, no solamente ni se cuestiona su identidad o individualidad, sino que por instinto sabe que el único mal consiste en herir a los demás, y que el verdadero significado de la vida es el amor.”

El manifiesto Scum que cayó en mis manos está prologado por la increíble e inteligentísima Vivian Gornick que dice de Solanas: “Sus conclusiones son las de una mujer que ha conocido verdaderamente todas las facetas de la experiencia femenina en un mundo que desprecia esencialmente la feminidad” comprendió que, después de tanto tiempo confinadas, después de tanto tiempo sufriendo humillación tras humillación, confundidas y engañadas, y hábilmente privadas de su energía moral y psíquica, las mujeres, como los negros, enloquecerían ahora, verdaderamente, de cólera; de esta cólera que surge como un arma afilada, punzante, de las entrañas del oprimido que empieza a tomar conciencia de cuanto se le ha arrebatado y estafado.” Y del hombre: “están atrapados, como nosotras, en este sistema destructivo basado en la mentira institucionalizada, y para su eterna vergüenza, temen perderlo. Les aterra la posibilidad de una nueva mujer, les aterra lo desconocido, la visión de un futuro, desprovistos sin poder; les aterra la posibilidad de caer en manos del enemigo y sufrir el destino del colaborador; les aterra un futuro inimaginable en el que ya no serán ellos mismos, aterrados por todo lo dicho, saben también que el sistema bajo el cual vivimos ahora solamente puede ser descrito con exactitud hablando de un sistema en el cual las mujeres son las oprimidas y, como tales, las perdedoras. De modo que, para oprimir a las mujeres, los hombres deben actuar como los opresores.”

Y volviendo al comienzo de estas líneas, sobre las protestas y las marchas del 8M, valgan estas líneas de Gornick para poner los pies en la tierra: “Creer que los gritos y protestas del Movimiento de Liberación de la Mujer bastarán para que los hombres acaben por comprender lo insoportable de esta existencia y capitulen, es sólo una esperanza y, por demás, muy débil. Nadie establecido en el poder entrega voluntariamente el poder. Nunca ha ocurrido, y las probabilidades de que ocurra en la actualidad son muy remotas.

Hay dos medios para arrebatar el poder a quienes lo detentan: declarando la guerra a las instituciones o bien ignorándolas y creando las anti-instituciones. La lucha que tiende a reducir el poder acaparado en manos masculinas y entregar parte de él a las mujeres. El quehacer del Movimiento de Liberación de la Mujer no es golpear con los puños a la puerta del mundo masculino, y llorar para que la abran. Hay que dejar este mundo a los hombres y concentrarse en la creación de la nueva mujer, una mujer que no aceptará ningún lugar en el mundo masculino, la mujer que provocará la caída de este mundo negándose a poblarlo, la mujer que se rehará a sí misma -y a sus hijas- según una imagen más sublime (al recuperar un rostro humano) que la que presenta actualmente.”

Las locas

Termino de leer “La historia de los vertebrados” y quiero abrazar a Mar, y llorar con ella, aunque ella quizás ya no lo haga, lágrimas de desahogo, de emociones aún no procesadas, de reconocimiento mutuo. (“Pero me pregunto a quién le importarán las lágrimas de una madre en un mundo, que se ha acostumbrado tanto a ellas que las considera redundantes”). Lágrimas de mujeres madres, mujeres madres como Anne Sexton que habló en sus poemas sobre la maternidad “Pero sobre una maternidad culpable, que arrastra el remordimiento, que ejerce la violencia y que suplica disculpas. Escribir sobre el hecho de ser madre en la década de 1950 es ya de por sí un acto de subversión, pero confesar como hizo ella que la maternidad fue fuente de angustia, la forma como vinculó su colapso mental e intentos de suicidio con su papel como madre, es de una radicalidad extrema.”

Hacía mucho tiempo que no leía algo que me apretase como una garra el corazón, y que, al mismo tiempo, me generase tanta adicción. Porque hay pocas cosas tan irresistibles como una historia contada en primera persona llena de referencias históricas, artísticas, mitológicas, médicas, políticas con las que aprender a mirar el mundo desde otras perspectivas al tiempo que te reconoces . Arranca “La historia de los vertebrados” con el parto de Mar y su confesión: “El 20 de diciembre de 2015 me convertí en madre y enloquecí”. Su libro es un testimonio que, en muchas ocasiones, me lleva de la mano por mis recuerdos de mi primer embarazo, mi primer parto, mi primera frustración: “En esa forma de amor que es la maternidad no existe el éxito rotundo”

Un amor desbordante y lleno de culpa, todo el tiempo, toda la vida, la culpa: “Las madres estamos abocadas al fracaso. Porque en toda vida hay caídas. Y al ser nosotras la vía de entrada de esa vida al mundo, no hay nada más fácil que erigirnos en las culpables. Hay un foco que nos deslumbra y nos somete al mayor de los escrutinios, cargamos con la maldición de la maternidad bajo vigilancia: se nos ridiculiza cuando se considera que nuestras demostraciones de afecto e inquietud son desmesuradas, se nos criminaliza cuando se juzga que desatendemos a nuestros hijos. En la cocina del patriarcado, las mujeres nunca podremos dar con las dosis exactas de los ingredientes de la buena maternidad. A ninguna mujer se la cubre de gloria por hacer de madre de sus hijos, al fin y al cabo, está en su instinto, pero si no lo hace, se convierte en la encarnación del mal.”

Mar García Puig fue diagnosticada: “trastorno de ansiedad generalizada con predominio de pensamientos obsesivos. Eso quiere decir que soy incapaz de salir del calabozo que yo misma he construido, y el material de construcción que utilizo es de lo más simple: una misma idea que se repite sin cesar.” Yo nunca lo fui. Pero miro atrás muchas veces y lo sé. Sé que yo lo viví, y no necesito diagnóstico para tener esa certeza, porque todo acabó pasándome por encima unos años después.

Aprovecha la autora para recorrer la historia de la locura, la de las mujeres, a través de la literatura, la poesía, la filosofía, la historia médica. “Los primeros médicos modernos elaboraron una teoría médica para seguirlas azotando. El cuerpo se regía por una ley fisiológica básica, decían, «la conservación de energías, según la cual los humanos tendríamos una cantidad limitada de energía por la que competirían los diferentes órganos. La educación o cualquier actividad intelectual podrían ser físicamente peligrosas para las mujeres, pues consumirían demasiada energía y atrofiarían el útero. El intelecto y la vida pública serían enemigos de la procreación. Lo escribió el matemático alemán August Möbius a finales del siglo XIX: «Si deseamos que la mujer cumpla plenamente la tarea de la maternidad, no puede poseer un cerebro masculino. Si las habilidades femeninas se desarrollaran en el mismo grado que las del hombre, sus órganos materiales sufrirían y tendríamos ante nosotros un híbrido repulsivo e inútil». Y aunque pocos recuerden hoy a Möbius por estas palabras, aunque medien siglos y algunas zancadas, las conclusiones a las que apuntan siguen construyendo tapias.”

Fuimos las locas, lo seguimos siendo, aunque a veces haya grietas en el sistema, sigue siendo poderoso este patriarcado capitalista: “Tendrían que pasar muchos años para que las locas pudieran optar a ser escuchadas, comprendidas, compadecidas. Y según parece ni siquiera fue su dolor el motor del cambio. Si en la Inglaterra del siglo xx los locos empezaron a ser escuchados de forma generalizada, si se les instó a verbalizar sus sentimientos y experiencias, no fue por la profusión de locura puerperal victoriana, ni siquiera por las plagas de desórdenes nerviosos femeninos que invadieron la Europa finisecular. Solo cuando los hombres se vieron afectados por un inaudito síndrome, irrumpió la escucha de forma masiva en la psiquiatría y se reconoció el trauma más allá de la sexualidad freudiana.

En medio de la Gran Guerra, cientos de miles de soldados comenzaron a temblar sin control. Las palpitaciones se aceleraban. Los cuerpos se retorcían. Se tambaleaban al andar. Lloraban y gritaban. No recordaban nada. De repente se volvieron ciegos, mudos, quedaron paralizados sin que hubiera una lesión evidente. Pero esos soldados no podían ser víctimas de la locura, algunos eran verdaderos héroes, oficiales de alto rango. ¿Cómo iban a ser excéntricos y degenerados dementes? Al principio estos síntomas se achacaron a heridas invisibles en el sistema nervioso causadas por explosiones, pequeñas hemorragias indetectables en el cerebro. Pero la falacia pudo mantenerse poco: hubo que admitir que su herida era de locura.

Kriegsneurose, shell shock, obusite. La neurosis de guerra acababa de ser definida, y las ideas de Freud acerca del inconsciente y la transformación de problemas mentales en síntomas físicos quedaban confirmadas.

La Gran Guerra fue el apocalipsis de la masculinidad. El soldado se encontró en una posición similar a la de las mujeres de la época: completamente impotente y sin autonomía. La guerra que tenía que convertirlos en héroes, esa aventura salvaje y viril, acabó confinándolos a un espacio tan estrecho como el de cualquier mujer victoriana, a la locura que ha asaltado históricamente a las cautivas domésticas.”

Su libro es testimonio y denuncia. Por ejemplo, cuando habla de la medicación (hay estudios muy recientes que demuestran que nos recetan tres veces más ansiolíticos y antidepresivos a las mujeres): “Lo que puede parecer casual, un avance en la tecnificación de los términos, tiene consecuencias que afectan a cada uno de nosotros, a los que padecemos este tipo de sufrimiento, pero también a quien se cree totalmente inmune. Ya nadie habla de esa melancolía que Platón afirmaba que estaba relacionada con la «furia divina» del poeta. Ya no hay fuerza creadora en la locura, movilizadora en la tristeza, ya no hay rebeldía en la congoja. Los nuevos términos desdibujan y aplastan el carácter ambivalente que ha tenido la melancolía a lo largo de la historia, y se someten a la ideología imperante del culto al libre mercado. Los deprimidos no encajamos en los ideales neoliberales de la eficacia a tiempo completo y la positividad. De esta forma el malestar avanza sin tregua: el contexto en el que vivimos produce seres depresivos y al mismo tiempo los excluye. Y ahí, ante ese dolor, las fuerzas carroñeras de la ultraderecha pueden hacer su agosto. Ante nuestra vulnerabilidad y el aislamiento al que un sistema que nos expulsa nos conduce, los traficantes del miedo pueden recoger buenos frutos.” Y por más que estos datos sean terroríficos “Muchos pensamos hoy lo mismo al ver las apabullantes estadísticas de la Organización Mundial de la Salud sobre ansiosos, depresivos y psicóticos que hablan de verdaderas epidemias. Quizás compartimos con nuestros antepasados decimonónicos un misterioso virus que cada cierto tiempo vuelve a acecharnos, quizás somos víctimas del mismo deslizamiento diagnóstico que hace que cualquier sufrimiento caiga en el vasto mar de la psiquiatría, o bien vivimos la misma época convulsa que, igual que observaba el doctor Hawkes, nos pide «más logros, más velocidad, más lujos, más fuerza y más capacidades de las que están en consonancia con la salud».”

Y en medio de todo, este párrafo que me hizo llorar, ante mí la esperanza de que algún día mis hijas puedan ver esta travesía así: “Con el tiempo he sabido reconocer que mi madre, de algún modo, dio con la tecla de una clarividente alegría. Esa que comprende que hay unos límites al trabajo materno, que la imperfección existe, que el desastre puede desencadenarse en cualquier momento, pero que hay que actuar con el mismo gozo que si no fuera posible. Mi madre volvió el lamento en baile al ritmo de las folclóricas que ponía en el tocadiscos los domingos por la mañana. Pero no había inconsciencia en ella, ni un atisbo, solo que decidió que la mayor parte del tiempo prefería dejar el cilicio en el armario.”

Mamá feroz

De forma absolutamente casual caen en mis manos dos libros en las que las protagonistas con madres. “Llamadas de mamá” me ha recordado algunos momentos tan hilarantes como dolorosos de “Apegos feroces” de Vivian Gornick. Es inevitable reírse porque no deja de sorprenderte la extrema y desenvuelta crueldad con la que chocamos las hijas. Comentarios despreocupados, consejos no pedidos, recriminaciones que va n estampándonos en la cara y que nos construyen hasta que acudimos a terapia para aprender a desasirnos, a protegernos. En “Llamadas a mamá” Carole Fives va dibujando a una mujer a través de las llamadas y los mensajes en el contestador a su hija. A veces son dolorosos, a veces ridículos, otras, emotivos. Hay mucha rabia, mucho rencor y mala baba, pero también mucha ternura e intimidad. Y momentos en los que no puedes evitar soltar una carcajada. Aquí un ejemplo: “Bueno, bueno, ¡qué exclusiva! Cómo me alegro por ti. ¿Éste también es poeta? Conociéndote, te hartarás igual de rápido que te has encandilado, pero si es un hombre decente, haz un esfuerzo, hija. No te rías tan fuerte, sé comedida, contrólate un poco. A los que te conocemos ya nos deja indiferente, pero para los que no están acostumbrados es realmente insufrible. Te lo digo por tu bien, preferiría que no vuelvas a verte sola.

Ah, y ésa es otra: haz el favor de no contarle cosas feas de tu madre, que nos conocemos, te crees muy lista denigrando a tu familia y luego, cuando me conocen, les parezco más bien simpática y a ti se te queda cara de tonta”.