Unos días antes del 8M me escribió un colega que trabaja en un medio de comunicación preguntándome qué temas del feminismo podrían estar escapándosele del radar. Le mandé una publicación de @afrolectiva (si no las seguís, ya es hora) que decía: “Tu feminismo blanco no nos representa”. Porque obviamente no lo hace. Nuestro feminismo blanco, desgraciadamente, no representa a las mujeres racionalizadas, las migrantes, las negras, las trans, es normal por tanto que no quieran participar de unas luchas que perpetúan relaciones de desequilibrio, alineadas con el supremacismo blanco.
Si eres de las que además de llamarte feminista, tienes tiempo para leer a pensadoras y activistas feministas (“En lugar de crear un marco destinado a que las mujeres consigan tener cubiertas su necesidades básicas, estos textos a menudo se centran en fomentar el privilegio, no la supervivencia”) ya habrás leído “Mujeres, raza y clase” de Angela David y “¿Acaso no soy yo una mujer?” de bell hooks. Y si lo has hecho entenderás que hay otras realidades probablemente más apremiantes que las que marcan la agenda feminista tradicional (blanca): “Los textos de este feminismo dominante tienen un problema fundamental: su forma de determinar qué cuestiones y problemas debe abordar el feminismo. Rara vez se habla de las necesidades básicas como una cuestión feminista. Problemas como la inseguridad alimentaria, el acceso en educación de calidad, la atención médica, unos vecindarios seguros y unos sueldos dignos también son cuestiones feministas”.
Si no has leído a Davis y hooks, te invito a que lo hagas, y también a Mikki Kendall que en “Feminismo de Barrio. Lo que olvida el feminismo blanco” hace un repaso bastante pormenorizado de algunas de las cuestiones que nuestro privilegio está dejando de lado (porque se centra en aquellas que ya tenemos todas nuestras necesidades básicas resueltas, en las preocupaciones de las que acaparamos más parcelas de privilegio) y busca la conexión: “Deseo con firmeza desplazar la conversación sobre la solidaridad y el movimiento feminista en una dirección que reconozca que una aproximación interseccional al feminismo, es clave para mejorar la relaciones entre comunidades de mujeres, de manera que pueda darse un cierto grado de solidaridad auténtica. Ignorar no es igualitario, y menos en un movimiento, cuyo argumento principal es que representa a la mitad de la población mundial.”
Pero para llegar a ese entendimiento antes hay que asumir que hay otras mujeres, que no son blancas: “No somos los personajes secundarios del feminismo, y no podemos permitirnos esperar a que la igualdad nos llegue poco a poco. No podemos creer que si ayudamos a las mujeres blancas a conseguir la paridad con los hombres blancos, los ideales blancos feministas dominantes tendrán en cuenta nuestras necesidades algún día. Más de un siglo de experiencia y el día a día nos han enseñado a las mujeres marginalizadas que ayudar a que las mujeres blancas sean directivas, no es lo mismo que hacerles la vida más fácil a todas las mujeres.”
Habla Kendall de cosas tan básicas como abordar la situación socioeconómica cuando se tratan debates laborales, asumiendo que para muchas mujeres trabajar para sobrevivir es un hecho. O algo tan elemental como la cuestión de la respetabilidad: “Las narrativas de respetabilidad no nos ayudan a afrontar las necesidades de las trabajadoras sexuales, de las mujeres en encarceladas, o de cualquiera o que haya tenido que enfrentarse a decisiones difíciles en la vida. Ninguna mujer tiene que ser respetable para ser válida.” Aborda cómo afecta la violencia armada a la vida de muchos barrios, el miedo a salir a la calle y morir en un tiroteo porque pasabas por allí. Habla del hambre, de vivir en los llamados “desiertos alimentarios” y de cómo eso acrecienta el miedo de perder a tus hijos: “Es difícil quitarle un hijo a una mujer rica; es facilísimo arrebatárselo a una mujer pobre. Como sociedad, tratamos el hambre como un fracaso moral, como señal de que alguien carece de lo básico. […]Tratamos la pobreza, como si fuera un crimen, como si las mujeres que la experimentan tomarán mal, las decisiones que les afectan a ellas, a sus hijos e hijas a propósito. Ignoramos que no tienen opciones a su alcance que deciden sin red.” Y sin red y con hambre están por ejemplo muchas personas migrantes, miremos a Andalucía o Extremadura: “En la zona rurales, los trabajadores, migrantes, cultivan y cosechan los alimentos que terminan en las mesas de las personas que diseñan las políticas que les hacen pasar hambre.” Y en las mesas de aquellos que los votan.
Habla Kendall de belleza, de autoestima, de estereotipos como el de la mujer negra enfadada (“Esperamos que las voces marginalizadas se hagan oír, sin importar los obstáculos que se encuentren, y luego las penalizamos, por no decir lo correcto de la manera correcta. Les asignamos un nivel de resiliencia sin precedentes y, cuando lo alcanzan, asumimos que la persona que la posee, no tiene sentimientos. O, para ser más precisa, decidimos que ya no necesitan a nadie que se preocupe de sus sentimientos”) o la que no tiene trastornos alimentarios. Habla, por supuesto, de los medios de comunicación y de cómo, lo hemos visto en España cien mil veces, si eres una joven rubia, blanca y de clase media la prensa se va a volcar con tu desaparición o tu muerte, e ignorarán a la adolescente negra (se habrá escapado) o la trabajadora sexual o cualquiera que esté marginalizada como si no tuviesen dignidad ni nadie que las eche e menos o las ame. La raza y la clase determinan si vemos o no a las víctimas, se crea una narrativa espantosa sobre qué víctimas son dignas de serlo y cuáles no: “La verdadera solidaridad feminista que atraviesa las barreras raciales implica estar dispuestas a protegernos las unas a las otras, levantar la voz cuando las mujeres desaparecidas no son de tu comunidad y denunciar las formas en las que la misma violencia depredadora afecta a distintas comunidades.”
Me interesó especialmente el capítulo “Miedo y feminismo” en el que aborda cómo las mujeres conservadoras que han sido empoderadas por el feminismo lo utilizan para perjudicar a las demás, por ejemplo con las leyes contra el aborto o de cómo las mujeres blancas nos beneficiamos y participamos de la opresión racista (buscad en IG el hashtag Karen y veréis de qué hablo). También es interesante cómo funciona la democracia en Estados Unidos en relación al derecho al voto y cómo ese sistema perjudica especialmente a los pobres que, ¿casualidad?, son personas racializadas. Y de cómo, miren si no a España con VOX, ganan adeptos entre los pobres blancos los partidos ultraconservadores supremacistas. Cuenta Kendall cómo muchos de los votantes que apoyaron a Trump lo hicieron preocupados por su pérdida de estatus social, tenían miedo a perder sus posiciones de privilegio previas: “En lugar de considerar que el mayor número de personas marginalizadas matriculadas en la Universidad era una señal de que necesitaban mejorar su nivel de estudios, votaron, impulsados por el miedo, a perder su privilegio, y por tanto, su posición.” En un clima de angustia económica se vota desde el resentimiento racial, sin importar el género, de manera que muchas mujeres blancas que se han beneficiado de los avances de feminismo, contribuyen a socavar las mismas políticas que le habían dado poder y libertad.
Son además especialmente interesantes los capítulos que dedica a la educación (centros con financiación pública gestionados por empresas privadas donde la paz se mantiene con agentes armados y se alimenta el nexo colegio-cárcel) y a la vivienda: “la inestabilidad en la vivienda no es el resultado de la pobreza: puede ser la causa.” Y de cómo la desigualdad de género está contribuyendo a la gentrificación de los barrios populares: “El rostro de la gentrificación suele ser joven, blanco y de mujer. A causa de la brecha de género, las mujeres blancas tienen menos posibilidades de competir con los hombres blancos para adquirir propiedades en zonas deseables, pero ganan más que otros perfiles demográficos y se pueden beneficiar de las rentas más bajas y las viviendas con más metros cuadrados de los barrios habitados por comunidades de color”. Como interesantísimo es también el capítulo que dedica a la mortalidad materna, la justicia reproductiva y la eugenesia, especialmente en lo relacionado con el aborto y la discapacidad: “si el feminismo es un movimiento comprometido a eliminar la discriminación, uno de los principios del derecho decidir, no debería regirse por una lógica discriminatoria. Argumentar que la discapacidad es uno de los motivos para que el aborto sea legal es asumir que la discapacidad es una condición incompatible con una vida plena y saludable. Se puede hablar del derecho a decidir, sin negar el derecho a asistir a las personas con discapacidad.”
Mención de oro para su defensa de la rabia: ”La rabia puede ser catártica, motivadora, pero, sobre todo, es una expresión de la humanidad inherente a cada comunidad. Exigir que las personas oprimidas sean mansas y educadas y reclamar su perdón por delante de todo las deshumaniza profundamente. Si la policía te mata a un hijo, si el agua de tu comunidad está contaminada, si se mofan de tu dolor, ¿cómo te sientes? ¿Te muestras callada y tranquila? ¿Quieres perdonar para que todo el mundo esté cómodo? ¿O quieres gritar, chillar, exigir justicia por todos los males que has tenido que soportar? La rabia pone en marcha peticiones, provoca manitestaciones, moviliza a la gente en las urnas. La rabia a veces es el único motor al final de un día horrible, una semana horrible, un mes horrible, una generación horrible.” Todo el mundo debería enfadarse por las injusticias, no solo las personas que las sufren.