Es hora

Muere bell hooks y regreso a ella para confirmar qué dramático es perder su voz en un momento histórico en el que, además de respuestas, el feminismo necesita nuevas dudas.

Como Davis en “Mujeres, raza y clase”, en “¿Acaso no soy yo una mujer?” bell hooks hace un repaso por la huella que años de esclavitud han dejado en la sociedad y la psique estadounidenses. Desde los secuestros en África, los abusos en los barcos negreros, los linchamientos y la creación de mitos como el de la negra caliente o el negro violador. Pero, a diferencia de Davis, hooks ahonda en las raíces del problema y reparte de forma eficiente las cuotas de responsabilidad cuando se trata de analizar por qué no conseguimos consolidar un bloque feminista sin grietas.

Por una parte habla, claro, de un movimiento feminista blanco y de clase media, que no aspira a cambiar el sistema, sino a perpetuar el que tenemos postulándonos como sustitutas de los hombres. “Las feministas, blancas y negras, seguirán enemistadas mientras nuestra idea de liberación consiste en ostentar el poder que ostentan los hombres blancos. Porque ese poder niega a la unidad, niegan los lazos comunes y es inherentemente divisivo”. “Una ideología feminista que emplea una retórica radical para hablar de la resistencia de la revolución al tiempo que aspira a establecerse en el seno del sistema patriarcal capitalista es esencialmente corrupta.”

Por otra parte, señala el error de caminar separadas, que facilita la supervivencia del patriarcado capitalista blanco. “En lugar de atacar el intento de las mujeres blancas de contemplar a las mujeres negras como <otras>, un elemento desconocido en insondable, las mujeres negras actuaron como si en efecto fueran <otras>”.

Releyendo a hooks es imposible preguntarse por qué volvemos a hacerlo tan mal en esta nueva ola. En esta época en que la ultraderecha nos niega, ¿no estaremos pecando de nuevo al negar a otras? En 1892, Anne Cooper dijo: “ un puente no es más fuerte que su pieza más débil y una causa no merece más la pena que el menor de los elementos que abarca”.

Cuerpos

Paso por el escaparate de una librería, evito mirar porque en una de las mesillas de noche de mi cama tengo más de diez libros esperando ser leídos. Paso de largo. Paro y vuelvo sobre mis pasos. He picado de nuevo aunque esta vez sólo me he gastado un euro y medio en un libro leído: “Éste es mi cuerpo” de una autora angoleña, Filipa Melo, de la que no he oído hablar jamás.

Lo elegí por el título, nunca le doy la vuelta a los libros ni leo la contraportada para no quitarle la razón al pálpito. Así es que empiezo a leerlo y me engancha la descripción que hace de cómo un perro olfatea un cadáver abandonado bajo la lluvia, caliente aún, sangrante. Ese cuerpo se convierte en el centro de la historia; Melo describe paso a paso la autopsia y descubrimos cómo ha sido asesinada Eduarda, las señales que el forense va encontrando a medida que explora, abre y disecciona. “El interior del cuerpo humano es un terreno inviolable, que nunca se penetra sin miedo, violencia, dolor o pasión”.

“Éste es mi cuerpo” es también una autopsia a los silencios que nos atrapan cuando la muerte hace acto de presencia. En los huecos que vamos dejando para esquivar los dolores.

“Todas las muertes son violentas. Sobre todo para los que se quedan. De repente, ese cuerpo que conocemos se transforma en otra cosa que ya no nos pertenece, que no conseguimos alcanzar.”

Todos nuestros desiertos

Llevo meses pensando que enero fue un mes de mierda. Ahora, pasado el tiempo, creo que fue muy doloroso y que no merecí ni uno solo de los malos tragos me hicieron pasar. Descubrir lo que sospechaba y me fue mil veces negado fue un palo, sí, y sus efectos aún me hoy me agitan y pesan. Meses y meses en los que me ha costado un esfuerzo titánico concentrarme en la lectura; párrafos que tenía que releer porque mi cabeza se echaba a vagar por otros cielos más sombríos, me hacía trampas.

Hoy, finalizando el año, creo que me podrían haber ahorrado mucho daño, pero que, si hubiese sido en pequeñas dosis, quizás aún hoy estaría aguantándolo. Como se vino todo de golpe he podido descubrir que incluso en las malas, hay libros que te atrapan y te interpelan. Mientras escribo me sacudo el polvo del cuerpo e intento hidratar con la poca saliva que me queda los labios cuarteados. Esa es la sensación vívida que te persigue durante la lectura de “Furia”. Una obra que se desarrolla en los desiertos, los terrenales y los internos.

La historia de Vicente Barrera y de todos aquellos que supuraron sus heridas, hijos, nietos, mujeres atrapados en los silencios. Mujeres víctimas siempre de la rabia masculina. Y de su deseo. “Él quería ser el viento fuerte, quería probar que ella, a pesar de todo lo que había resistido en la vida, todavía podía romperse”.

Esta es la historia de una saga familiar maldita y también todas las historias que van de boca en boca, generación tras generación, recorriendo una tierra incapaz de absorber más sangre. Leyendas, mitos, animales, bestias, canciones, risas, espantos que se mezclan para cuestionar la locura, el amor, la violencia.

La mujer ávida

Puedes perder a un hombre y puedes perderte. Y es probable que vivir obcecada con el final haga aún más tangible esa posibilidad: “Ahora solo pienso en volver a ver a S. ir hasta el final de esta historia”
“Perderse” es el diario personal de Ernaux paralelo a su novela “Pura pasión”, el mejor retrato de una obsesión, la vulnerabilidad de la escritora al desnudo.

“Perderse” es la radiografía de “una mujer ávida” de amor, de sexo, de atención. Una mujer deseante, cerca de los cincuenta, que se adentra en la búsqueda del placer con un hombre casado (“La clandestinidad posee encantos inagotables”) y mucho más joven que ella (“Un día habría que contar lo cercana a su adolescencia que se siente una mujer de 48 a 52 años. Las mismas esperas, los mismos deseos, pero en lugar de ir hacia el verano, se va hacia el invierno”).

“Perderse” es la confirmación de que da igual cuan inteligente sea una mujer, no importan su valía y determinación, cuando es atravesada por la huella de los padres (“soy, eternamente, la niña abandonada”). La constancia de que para quererse es necesario haber sido querida, haber vivido en la cálida sensación de protección. “¿Hay que seguir viviendo así, en la espera y el desgarro, la anestesia y el deseo, alternativamente?”

Leer el diario íntimo de una mujer como Ernaux puede suponer que se derribe el mito, o que te acerques con incredulidad y hasta con ternura a la mujer que se esconde tras él. Resulta extraordinaria la capacidad de estas páginas privadas de hacerte sentir incómoda; de recordarte las estupideces que nos han sido enseñadas (“Cómo hacer para que no se note que me encariño demasiado rápido, para que él sienta de vez en cuando la dificultad de conservarme”); es la certeza de que todos los comienzos son idénticos: “Es como si antes de ti no hubiera habido nadie”.