Perdonarse

Probablemente lo más complicado después de romper con tu pareja no sea atravesar el duelo. Quizás lo más difícil sea perdonarse a una misma. Perdonarse por haber estado dos años de más en esa relación. Perdonarse por no haber roto aquella primera vez que te puso los cuernos. Perdonarse por no haber cogido la puerta aquella primera vez que se burló de tus lágrimas durante una discusión. Perdonarse por no haber salido corriendo el día que rompió a puñetazos la puerta del dormitorio en mitad de la conversación. Perdonarse por no haber escuchado a esa voz interior diciéndote que no es normal beber un vaso de whisky para bajar la ansiedad por mucho que a él se lo parezca. Perdonarse por no haber roto después de aquellos gritos. Perdonarse por creer en sus palabras en lugar de confiar en los hechos… Perdonarse después es infinitamente peor que el dolor del duelo.

Quizás sea por eso que me enganché a “Los augurios” de Irene Otero, porque es muy fácil intuir, desde la primera página, que las protagonistas van a atravesar por procesos durísimos, vivencias que van a ponerlas en la tesitura de tener que perdonarse. Y lo hace Otero de una forma tan inteligente como interesante, construyendo dos historias (un narrador omnisciente y otro en primera persona) que crecen en paralelo y que en un momento, aunque puedas intuir que podría pasar, te sorprenden al confluir. Y en ese momento escuchas a una sola voz, la de Clara, una mujer que llegó a una isla turística por amor y por trabajo, y que se quedó a pesar de que perdió las dos cosas. Una mujer que ha dado otra oportunidad al amor teniendo una cita con Elías, un hombre que no acaba de llenarla demasiado al principio, pero que acaba por convertirse en su pareja.
“Los augurios” es la crónica de una relación de pareja fallida anunciada. Es un retrato magnífico del maltrato que muchas mujeres viven con sus parejas y que tanto cuenta identificar cuando estás dentro. Es la solución a la suma de muchos “no pasa nada” (“Desde el baño escucho la voz de Elías saludándome a lo lejos. El espejo aún está empañado por el vapor cuando le digo que salgo en un minuto. Desenchufo el calefactor de infrarrojos para conectar el secador. Antes de encender el aparato, escucho cómo me suenan las tripas apretujadas aún con tanta comida y un montón de humo. Otro pinchazo, ahora en el vientre. Cuando el vaho se disipa con el aire caliente, no me gusta mi cara. Podría vivir con alguien que me ha violado, eso lo sé. Son varios los amantes de una noche que me la metieron sin preservativo, los novios que me follaban llamándome puta, los que me insistían cuando les decía que estaba agotada. Supongo que el saco de justificaciones que soy aún alberga la esperanza de que haya una explicación. Que además de narcoléptico sea sordo. O mejor aún, que yo no grité tanto como recordaba. Que todo es culpa mía porque debería haber gritado más y mejor” ). Es una historia de terror tan bien tejida que va agarrándote de manera casi imperceptible y que se refleja de forma brutal en el frío, el frío de la casa de Elías a la que acaba mudándose Clara, el frío que la autora consigue que te cale hasta los huesos como lo hace con ella. Ese frío incapacita, bloquea, aísla, chupa la energía, angustia, enferma y paraliza. Y aún así, ese frío puede ser cómplice y ayudar en ese perdón que tenemos que concedernos…

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